Es el inicio del camino de regreso a la fuente. Establecer la conexión perdida es encontrar un nuevo significado —y verdadero— de nuestra vida. Es una nueva mirada que nos da la posibilidad de sentirnos creadores y entender que la gran obra de la vida sucede en nuestra consciencia.
Ampliar los límites es un salto cualitativo: nos muestra que hay muchas realidades que se desplegarán en la medida en que seamos capaces de ver que esos eventos que nos suceden —y que etiquetamos como casualidades, a veces a favor y otras en contra— tienen un inmenso valor. La sincronicidad nos confirma que formamos parte de algo Superior.
Es una herramienta que nos pone de cara a los desafíos de la vida: ¿qué lecciones vinimos a aprender? ¿Cuáles son los cambios importantes que debemos hacer para lograr nuestros objetivos? También revela nuestros dones y cómo llevarlos a la práctica.
Es una mirada que nos acerca a quiénes somos realmente —nuestra esencia— y muestra cómo hemos limitado esa posibilidad. Expone nuestras estrategias que, lejos de ayudarnos, afirman miedos; nuestras defensas y sistemas de creencias que ocultan o enmascaran ansiedades, enojo, miedo, frustraciones y desvalorizaciones. A esto lo llamamos personalidad ego: la máscara que usamos para mostrarnos y ser aceptados.
Cuando descubrimos y entendemos la naturaleza de estas creencias, aparece la opción de decidir si nos identificamos con ellas o no. Si no las conocemos, el cambio es improbable y tendemos a reforzar viejos patrones que nos alejan de la esencia, perdiendo de vista nuestro verdadero propósito. Si las preguntas que nos hacemos nos devuelven siempre las mismas respuestas —dolor, frustración, desvalorización, ansiedad, angustia—, es hora de cambiar las preguntas.
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